771 palabras (2.6x el Poema #20 de Pablo Neruda)
Cómo es ya frecuente y triste, hemos vuelto a ganar medallas en las anti-olimpiadas. En la categoría infantil (sub-15), los mexicanos ganan el oro en la prueba de obesidad. En la categoría mayor, nos quedamos con la plata atrás del archi-competitivo perene triunfador del norte, rey de las Big Macs y refrescos de uno y medio litros.
La obesidad va más allá de reducir el número de futbolistas, bailarinas y modelos que México puede ofrecer. La obesidad provoca un sinfín de enfermedades: diabetes, cáncer, problemas de riñón, arterosclerosis, ataque del corazón, alta presión, etc. Y esto por consiguiente trae un costo a la sociedad, una disminución en la productividad, y una menor calidad de vida. La obesidad también provoca frecuentemente problemas psicológicos y de autoestima. Creo que no es necesario profundizar más para convencer; es un tanto obvio y evidente que no es un estado ideal, que la obesidad causa sufrimiento.
La obesidad tiene múltiples causas: dieta, inactividad física, cultura, problemas emocionales, estrés y genética. Algo que podemos asumir es que la genética en la población mexicana no ha cambiado de manera significativa, por lo que el alza en esta enfermedad es reducible a cambios en las otras causas.
Una transformación espontánea en la sociedad difícilmente ocurrirá si ONGs y el gobierno permanecen indiferentes. Es poco probable que se puedan cambiar las causas más sutiles y complejas: los problemas emocionales y el estrés. Pero por fortuna, las causas más importantes –dieta, actividad física, cultura−, si pueden ser tratadas.
A pesar de numerosas dietas que surgen y desaparecen como modas, existe un mínimo de consenso entre nutriólogos. Un proyecto concluido en 1990 en conjunto entre Cornell y Oxford, llamado comúnmente como “El Estudio de China”, comparó a las poblaciones rurales de China, que tenían una dieta rica en plantas como vegetales y arroz, baja en carnes animales y alta en fibra, con las poblaciones urbanas, quienes habían adoptado una dieta más occidental, utilizando más carne y menos vegetales, y descubrió que el índice de cáncer y enfermedades del corazón, al igual que la obesidad, eran mucho más altos en las personas de hábitos alimenticios occidentales. Otra canon claro es que la comida procesada y alta en azúcares es poco saludable (refrescos, dulces y demás comida chatarra), y que su ausencia de nutrientes obliga al cuerpo a comer más para satisfacer las necesidades básicas de vitaminas y minerales. La mejor regla de nutrición es también la más simple: come más plantas.
La gente come habitualmente mecánicamente y sin estar consciente. Varios experimentos comprueban que la gente comerá lo que es puesto delante de ellos sin importar cuanta hambre tienen o como se sienten. En un experimento divertido y cruel, se le dio de comer a los participantes sopa de tomate en unas tasas que se rellenaban a través de un tubo escondido en el fondo. Se paraba el experimento cuando los participantes habían comido más de tres porciones sin notar que algo estaba mal. En una cafetería de una escuela en Estados Unidos se comprobó que simplemente cambiando el orden de la comida saludable en las mesas afectaba las porciones tomadas por los estudiantes.
Por lo tanto, es posible ayudar a la gente a cambiar sus hábitos si se modifica su entorno. Se deben de tomar medidas sencillas, fuertes y rápidas. Al igual que con el tabaco, el gobierno debe aumentar significativamente los impuestos a comida poco saludable y prohibir anuncios en televisión y radio. Los impuestos generados se deberán de utilizar transparentemente y exclusivamente en apoyar a la agricultura, comercio y publicidad de frutas, verduras, granos y legumbres. En los 90’s, una campaña de publicidad en EEUU coordinada por los productores de leche alcanzó mucho éxito. El ridículo y escondido mensaje “Come frutas y verduras” en anuncios de comida chatarra es inútil. Se necesita crear publicidad creativa que meramente promueva estas comidas. Se debe prohibir todo acceso fácil a comida chatarra en escuelas.
Adicionalmente al apoyo que ya se da al deporte, se puede promover aumentar la actividad física durante la vida cotidiana de maneras creativas, como por ejemplo, motivando a que la gente trabaje ocasionalmente de pie en sus oficinas.
Idealmente se complementarán estas reformas con un agresivo programa de educación reemplazando algunos minutos de programación regular televisa diaria.
Estas reformas darán un cambio gradual en la cultura. Está comprobado que la obesidad es contagiosa; es más probable que uno sea obeso si hay gente obesa en su entorno social. Entonces, los cambios positivos en la población serán multiplicativos.
No es complicado dar los primeros pasos inteligentes para detener esta epidemia, se necesita solamente un poco de voluntad privada y pública.
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